lunes, 16 de enero de 2012

Las Torres de Borealís, Capítulo 2, (Entrada 12)


Las nubes comienzan a cerrarse cuando los exploradores  terminan de montar la tienda y Saymon te invita a entrar en el acogedor interior, que se te aparece como un pequeño mundo particular, de mágica luz cálida y amarilla, perdido y aislado en medio de la fría oscuridad que se cierra por todos los rincones del mundo, alrededor de vuestro pequeño grupo. 
Halet entra enseguida, relevado del deber de vigilar por Ambrod y Athria. No deja de extrañarte verlos con vosotros, y te haces muchas preguntas, esperando que antes o después tengan sus respuestas. Pero por el momento, te concentras en mantenerte en silencio y observar, intentando hacer bien lo que quiera que sea que se espera de ti. Claro que eso sería más fácil si supieras lo que es.
Dentro hay otros seis mujeres y hombres de la guardia de Saymon, guerreros formados de entre los jóvenes de Nivenwayr no aptos para la magia, aquellos que no encuentran otro camino para ser valiosos para el Pueblo que el de las armas. Evitas mirarlos. Y de algún modo sientes que la falta de empatía es mutua. 
"Bien, este es el tipo de cosas incómodas que se me escapan cuando me dejo llevar por el romanticismo de la aventura" piensas, mientras te abres el traje de lana. Su protección no es necesaria mientras esté activada la runa de calor de la tienda, la misma que se encarga de iluminaros.

Al cabo de dos ritmos*, después de haber cenado un poco de puré de verduras con carne estofada, estás fuera, con Saymon. Ha decidido que seáis vosotros dos los que montéis el siguiente turno. Y supones por qué, claro.
Y estás tan seguro que esperas pacientemente a que sea Saymon el que rompa el extraño silencio, un silencio de millones de copos de nieve cayendo sesgados en medio de una leve brisa, fría como la muerte. 
Cuando por fin lo hace, te desconcierta...
–Todos diferentes. No hay dos iguales. Millones, miles de millones, incontables copos de nieve. –Dice y te mira– Son diminutos cristales de hielo, ¿lo sabías?, todos con la misma estructura, pero todos con distinta forma… 
No respondes nada.

–Cuando Knox te encontró… en aquella época él era mi amigo. No sólo mi hermano. Él era mi mejor amigo, no sólo mi hermano mayor. Yo estaba con él ese día. Cuando Knox te encontró, y te cogió. No debió de hacerlo… dioses, sé que te suena cruel, pero no debimos inmiscuirnos en el destino.
Knox no tenía hijos, ¿sabes? Sí, claro que lo sabes... no, por más que lo intentaban, él y Narya  no podían tener hijos…

Él iba en busca de leña, como cada mañana. Entonces había más árboles. Me dijo cosas a las que no le di demasiada importancia, de buena mañana, mientras salíamos por las puertas de Nivenwayr, cosas sobre un sueño extraño que había tenido. Me dijo que sabía donde encontrar los mejores árboles para extraer más calor. 
>>Yo intenté impedírselo, pero no me hizo caso. Nunca lo hacía. Era ya tarde, y estábamos más lejos ya de lo que yo nunca había estado del Pueblo. Y… me volví al Pueblo. Fui... fui un cobarde, y aún hoy, aún ahora, sigo pagando por aquella cobardía. Y por eso, más tarde, cuando me di cuenta de algunas cosas, decidí entregar mi vida de forma voluntaria a la exploración y a las armas… Como se dice, "no quieres caldo, pues dos tazas". –Saymon suelta una amarga risotada. Tras un breve silencio en el que tú te dedicas a pensar más que a buscar palabras, el viejo guerrero sigue hablando…

–Todo pareció cambiar un poco a mejor en la vida de Knox desde aquel día en que volvió contigo. Hasta tuvo dos hijos más desde entonces. Ya ves, para algunos supusiste una maldición, porque decían que pertenecías a los demonios blancos, que si ellos habían matado a tus verdaderos padres, debíamos haberte dejado con ellos para que se te llevaran, y terminaran… lo que quiera que fuese que habían empezado a hacer… contigo. Dice, desviando poco a poco la mirada, y carraspeando tras atragantársele la última palabra. 
Callas.
–Pero para Knox, al menos, pareciste todo lo contrario. Una auténtica bendición de los dioses. Así se refería a ti siempre… " mi pequeña bendición". Hacía caso omiso de tus rarezas, y cierto es que te querían. Puedo dar buena fe de ello.

Todo fue relativamente bien hasta la llegada de ella. 
–Adira. –Respondes. Lo acabas de intuir, aunque no  eres capaz de saber muy bien por qué. Saymon te mira extrañado.
–Sí. Ella. Llegó en medio de una ventisca horrible, en medio de noches terribles de desapariciones de varios buenos hombres del pueblo. Una mujer fascinante. Llegó siendo muy joven al Pueblo, junto a dos familiares desaparecidos tiempo después; cada uno de ellos en las más extrañas circunstancias. Y supo escalar a través de sus habilidades con la espada y con la lengua hasta lo más alto de los Exploradores. Hasta llegar a ser mi segunda al mando.
>>Luego, un día, fijó su atención en Knox. Empezó a interesarse cada vez más en sus asuntos, y en… ti. 


* Horas

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