sábado, 3 de noviembre de 2012


Donde la silente sensación de los sueños rotos
se transforma en vertidos de días que acechan
tras las esquinas del laberinto de cabezas huecas
y la ciudad se pierde tras la lluvia, y los niños solos…

En la playa de los senderos de hiedra y enredadera
juegan los recuerdos con las holas, dibujando oro.
Donde la silente sensación de los sueños rotos
se transforma en vertidos de días que acechan…

Un coche desvencijado que frena en la carretera
y baja corriendo una rubia buscando por toda la tierra
tras las esquinas del laberinto de cabezas huecas
y la ciudad se pierde tras la lluvia, y los niños, solos…

lunes, 7 de mayo de 2012

Exoplanet



También hago música. Si pincháis en el título del enlace, descubriréis la música del habitante 133 en el exoplaneta...

Y este vídeo es de una precipitada y poco ensayada actuación en el festival Platos Rotos. Mi tutor de Realización Audiovisual escuchó mi música y me propuso preparar algo para formar parte del cartel del festival, que nosotros grabábamos y realizábamos. Casi no pudimos ensayar, pero con todo, quedó algo muy interesante. En concreto recomiendo que os fijéis en el segundo tema ;)


Por lo demás, la historia de Borealís seguirá, ¡claro que sí!

lunes, 6 de febrero de 2012

Prometo seguir esta historia

Esta semana no ha habido nueva entrada de mi blog-novela. De hecho, me gustaría poder seguir el ritmo de una entrada diaria, o tres o cuatro semanales, pero el estudiar y trabajar a la vez me lo impide. Espero dejar pronto mi poco gratificante empleo actual, o tomar un año sabático en cuanto a estudios, para poder llevar a buen puerto esta historia, al menos en esta primera versión. Para ello necesitaré de vuestra ayuda. De vuestra paciencia, comprensión, y, sobre todo, interés, claro.

En mi cabeza hay muchas ideas y y muchas de ellas escritas en notas acerca de los rumbos que tomará esta historia, toda ella concebida ya a grandes rasgos. Pero es el hecho de ponerse a escribir, y no otra cosa, lo que moldea y da forma a personajes e historias que de algún modo, están vivos en algún lugar y algún tiempo insospechados antes de que un escritor se asombre con sus aventuras. Porque si un escritor no se asombra con lo que escribe,  muy difícilmente podrá sorprender a lector alguno.

Así que bueno, si esta historia, en lo que va escrito, ha sido capaz de llamar vuestra atención, gracias por haber leído hasta aquí, y tened por seguro que esto continuará, lo más pronto que pueda. ¡Nos vemos en borealís!

lunes, 30 de enero de 2012

Las Torres de Borealís, Capítulo 2, (Entrada 14)

Recuperas el aliento poco a poco, ocultándote entre las primeras líneas de árboles y matorrales más pequeños, que sirven de avanzadilla a los gigantescos árboles Boraki. 
Has dejado de correr ciegamente. El particular silencio del bosque te sorprende con todo tipo de matices, como si estuviera hecho de muchos sonidos extraños mezclados entre sí, creando un ambiente mágico y distinto, que sirve de banda sonora para una oscuridad desconocida, que casi puedes tocar, hecha de terciopelo negro primero y un azul muy oscuro después, que se va aclarando paulatinamente en tus retinas, al mismo tiempo que los desbocados latidos de tu corazón se acompasan y vuelven a un ritmo más o menos normal.
La oscuridad y el silencio por fin se levantan ante ti, y te permites observar por primera vez, realmente, todo cuanto te rodea. 
Luces. 
Luces como nunca has visto o siquiera imaginado antes, de más tonos amarillos que los que jamás habrías creído posible que pudieran existir. Luces que se mueven por las hojas y los troncos de los inmensos árboles, como si tuvieran vida propia.
Al principio te asustas de verdad, pero Luego enseguida te acercas, presa de una curiosidad irrefrenable, y las examinas aún más cerca. Aproximas tu mano. Luego ladeas la cabeza, aplicando el oído.
"¡Dioses!"
Y por fin lo tocas… Es un líquido.  Retiras la mano enseguida, asustado, pero llena de curiosidad, a la vez. Es como… una especie de savia que derraman las hojas de los árboles. Casi quema,  y eso te sorprende, pero vuelves a tocar, no quema tanto, y es agradable el calor que irradia esa cambiante sustancia luminosa, después de tanto frío. Tienes calor.

"Es fascinante".

La nieve ya no es tal, sino una especie de fango amarillento que mancha de luminiscencia toda tu ropa. Te desabrochas la capa, y te abres un poco el abrigo. Desactivas la runa de calor. 
Pero lo que más te sorprende no es lo que ves, ni siquiera es lo que tocas. Es lo que oyes. El líquido, la extraña sustancia, suena… suena como una música sorda y callada que se adivina antes de oírla, el murmullo de paisajes lejanos que rezuma despreocupadamente, extrañamente ajeno a quien pueda estar escuchando… a ti. 
Pero el hechizo se rompe por otros sonidos. Un sonido  casi ordinario, muy humano, de metal contra metal. Y como si este nuevo sonido se hubiera adelantado a presentar a nuevos personajes irrumpiendo en la extraña beatitud del bosque, tan pronto los oyes, los ves. Dos figuras humanas luchando entre si, a no muchos metros de donde te encuentras.
Te aproximas lentamente hacia ellos, procurando no hacer ningún ruido, porque, aunque sopesas la idea de salir corriendo en dirección contraria para internarte aún más en el misterioso bosque, todavía hay muchas preguntas en tu cabeza, y aún mucho miedo a lo desconocido.
Es Halet… Se pelea con alguien… ¡Adira! Un ramalazo de pánico te recorre todo el cuerpo. Casi gritas de puro miedo, pero te contienes. Luego ya no te contienes, y gritas, ¡pero es de puro júbilo! Halet a desarmado a Adira, y la tiene acorralada contra el tronco de uno de los gigantescos árboles Boraki.

Adira, en un gesto último y desesperado, se agacha y coge una rama del suelo, para intentar frenar con ella la espada de Halet. A duras penas lo consigue, pero desvía la hoja lo suficiente para que lo que era una estocada sin duda mortal dirigida al cuello, se convierta en un tajo en su pecho y hombro izquierdos. La espada de Halet resbala y acaba pegando un tajo al árbol, y es en ese instante cuando un grito estremecedor, un sonido como ningún otro que hayas escuchado (ni siquiera hoy, con mucho, uno de los días más raros de tu vida), hiende el aire.
Un borbotón de esa sustancia amarilla sale del sitio donde Halet ha impactado con su espada en el árbol, y cae encima de Adira, cubriéndola casi por completo. Casi a la vez una extremidad del árbol parece cobrar vida y se catapulta en un instante hacia Halet, chocando de lleno contra su cuerpo y desplazándolo veinte metros por el aire, hasta que choca contra otro árbol y cae como un muñeco arrojado por un niño, quedando inerte. 
–¡HALET! 
Te acercas, crees que eres tú quien ha gritado, pero ya no lo recuerdas. Es todo tan extraño, piensas, al aproximarte a Halet.
"Debería haberme quedado en Nivenwayr y jamás salir de allí. Los cuentos no son como la realidad…" Halet está muerto. Mira sin ver con una sorpresa perenne dibujada en su bello rostro. 
No sabes que hacer, si llorar, o correr, o simplemente sentarte aquí, en este mismo lugar, y esperar, y esperar, y seguir esperando. Pero un sonido te saca de tu desesperado ensimismamiento. Procede de Adira. Está viva… está gimiendo.
–No, nooo, no, ¡no! –te dices en voz bajita a ti misma–. ¿Qué se supone que estás haciendo Nieve?, vete de aquí, corre lejos, huye…
Pero no lo haces. Todo lo contrario, avanzas cada vez más hacia el lugar en el que  el cuerpo de Adira empieza a moverse.

lunes, 23 de enero de 2012

Las Torres de Borealís, Capítulo 2, (Entrada 13)


El frío se te mete por doquier, así que te ajustas más el traje y frotas la runa para potenciar su calor. A escasos veinte metros, el bosque junto a cuya linde habéis levantado el campamento se yergue ominoso y oscuro. De pronto deseas enormemente correr hacia el cálido y luminoso interior de la tienda, como si su fina tela pudiera alejarte y protegerte de cualquier peligro que pueda existir en el mundo... pero reprimes el infantil impulso.

–Entonces, ¿Es de Adira de quien estamos huyendo? –preguntas por fin, sin atreverte a pensar en el significado oculto de las palabras del viejo guerrero. 
–Eres listo. Seas lo que seas, chico o chica, una cosa está clara… eres listo. O lista... Yo siempre lo dije. Siempre lo dije.
Intentas ignorar la parte que no te gusta del comentario del viejo. Pero no lo consigues. Y eso es lo que te parece ahora, un viejo impertinente, zafio y vulgar, más que un guerrero honorable. Quieres preguntarle por Adira, pero un enfado repentino, tan inesperado que casi te sorprende a ti mismo, hace que estalles:
–¿Te puedes callar ya? ¡Viejo! –le sueltas, buscando con impotencia más palabras para insultarle. Saymon te mira, perplejo.
–Perdón –recapacitas al instante,– perdón… viejo no es un insulto. Quería decir bruto, y vulgar. ¡E ignorante!
–No. No… perdóname tú, Nieve… deberías saberlo de una vez. Ellos, me dijeron que… 
Un sonido sutil que rasga el aire y que suena aterrador y mortífero. Los ojos de Saymon sorprendidos, que miran más allá de tu espalda, llenos de un pavor indescriptible. Un asta de flecha sobresaliendo de su estómago. 
Repuesto de la sorpresa Saymon se lleva una mano a la espada, pero otra flecha lo tumba en el suelo. Intentas gritar, pero ningún sonido acude a tu garganta… 

Sueñas estando despierto. Pero no es un sueño normal. Es una pesadilla. Y es real. 

No sabes qué hacer. Intentas levantarte y correr hacia la tienda, pero sus luces se apagan de pronto, y cae, animada de forma antinatural por formas que se mueven lentamente en su interior. Oyes una voz gutural, como un sordo sonido de protesta que viene de la dirección de las flechas. Vuelves a mirar a Saymon, desesperada. Parece estar muerto. 
Corres hacia el bosque. Te parece una locura. Tus extremidades te pesan como si fueran de plomo, y casi te ahogas ante el esfuerzo que te supone coordinar tus movimientos,  pero una pequeña lucecita de raciocinio en tu interior te dice que si eres víctima de un hechizo y este impide que corras hacia el bosque, el bosque no puede ser algo tan malo. De todas formas, no tienes otra alternativa. 
Corres, primero un paso, luego otro, corres como si el tiempo fuera hacia atrás en lugar de hacia adelante, y te parece que es inútil, que el bosque está cada vez más lejos. Apenas oyes nada, así que giras la cabeza hacia atrás. Y entonces lo ves. 
Un lobo grande como la noche que te envuelve, de mirada roja, luminiscente, montado por un ser difuso que se parece extrañamente a... Adira, la lugarteniente de Saymon, pero que te niegas a creer que pueda ser Adira.
"No… no. No puede ser"

Un sonido fantasmal, de triunfo, cuando su garra se extiende hasta atraparte.
Casi.
Una luz como si el sol saliera de pronto de algún lugar insospechado y oculto. Y entonces los sonidos vuelven al mundo, a la vez que recuperas el control de tu cuerpo, y empiezas a respirar con alocada normalidad. Un grito de furia y frustración atraviesa la nieve y la noche, y se desgaja en sordos ecos espeluznantes cuando llegas a la linde del bosque y desapareces en su interior.

lunes, 16 de enero de 2012

Las Torres de Borealís, Capítulo 2, (Entrada 12)


Las nubes comienzan a cerrarse cuando los exploradores  terminan de montar la tienda y Saymon te invita a entrar en el acogedor interior, que se te aparece como un pequeño mundo particular, de mágica luz cálida y amarilla, perdido y aislado en medio de la fría oscuridad que se cierra por todos los rincones del mundo, alrededor de vuestro pequeño grupo. 
Halet entra enseguida, relevado del deber de vigilar por Ambrod y Athria. No deja de extrañarte verlos con vosotros, y te haces muchas preguntas, esperando que antes o después tengan sus respuestas. Pero por el momento, te concentras en mantenerte en silencio y observar, intentando hacer bien lo que quiera que sea que se espera de ti. Claro que eso sería más fácil si supieras lo que es.
Dentro hay otros seis mujeres y hombres de la guardia de Saymon, guerreros formados de entre los jóvenes de Nivenwayr no aptos para la magia, aquellos que no encuentran otro camino para ser valiosos para el Pueblo que el de las armas. Evitas mirarlos. Y de algún modo sientes que la falta de empatía es mutua. 
"Bien, este es el tipo de cosas incómodas que se me escapan cuando me dejo llevar por el romanticismo de la aventura" piensas, mientras te abres el traje de lana. Su protección no es necesaria mientras esté activada la runa de calor de la tienda, la misma que se encarga de iluminaros.

Al cabo de dos ritmos*, después de haber cenado un poco de puré de verduras con carne estofada, estás fuera, con Saymon. Ha decidido que seáis vosotros dos los que montéis el siguiente turno. Y supones por qué, claro.
Y estás tan seguro que esperas pacientemente a que sea Saymon el que rompa el extraño silencio, un silencio de millones de copos de nieve cayendo sesgados en medio de una leve brisa, fría como la muerte. 
Cuando por fin lo hace, te desconcierta...
–Todos diferentes. No hay dos iguales. Millones, miles de millones, incontables copos de nieve. –Dice y te mira– Son diminutos cristales de hielo, ¿lo sabías?, todos con la misma estructura, pero todos con distinta forma… 
No respondes nada.

–Cuando Knox te encontró… en aquella época él era mi amigo. No sólo mi hermano. Él era mi mejor amigo, no sólo mi hermano mayor. Yo estaba con él ese día. Cuando Knox te encontró, y te cogió. No debió de hacerlo… dioses, sé que te suena cruel, pero no debimos inmiscuirnos en el destino.
Knox no tenía hijos, ¿sabes? Sí, claro que lo sabes... no, por más que lo intentaban, él y Narya  no podían tener hijos…

Él iba en busca de leña, como cada mañana. Entonces había más árboles. Me dijo cosas a las que no le di demasiada importancia, de buena mañana, mientras salíamos por las puertas de Nivenwayr, cosas sobre un sueño extraño que había tenido. Me dijo que sabía donde encontrar los mejores árboles para extraer más calor. 
>>Yo intenté impedírselo, pero no me hizo caso. Nunca lo hacía. Era ya tarde, y estábamos más lejos ya de lo que yo nunca había estado del Pueblo. Y… me volví al Pueblo. Fui... fui un cobarde, y aún hoy, aún ahora, sigo pagando por aquella cobardía. Y por eso, más tarde, cuando me di cuenta de algunas cosas, decidí entregar mi vida de forma voluntaria a la exploración y a las armas… Como se dice, "no quieres caldo, pues dos tazas". –Saymon suelta una amarga risotada. Tras un breve silencio en el que tú te dedicas a pensar más que a buscar palabras, el viejo guerrero sigue hablando…

–Todo pareció cambiar un poco a mejor en la vida de Knox desde aquel día en que volvió contigo. Hasta tuvo dos hijos más desde entonces. Ya ves, para algunos supusiste una maldición, porque decían que pertenecías a los demonios blancos, que si ellos habían matado a tus verdaderos padres, debíamos haberte dejado con ellos para que se te llevaran, y terminaran… lo que quiera que fuese que habían empezado a hacer… contigo. Dice, desviando poco a poco la mirada, y carraspeando tras atragantársele la última palabra. 
Callas.
–Pero para Knox, al menos, pareciste todo lo contrario. Una auténtica bendición de los dioses. Así se refería a ti siempre… " mi pequeña bendición". Hacía caso omiso de tus rarezas, y cierto es que te querían. Puedo dar buena fe de ello.

Todo fue relativamente bien hasta la llegada de ella. 
–Adira. –Respondes. Lo acabas de intuir, aunque no  eres capaz de saber muy bien por qué. Saymon te mira extrañado.
–Sí. Ella. Llegó en medio de una ventisca horrible, en medio de noches terribles de desapariciones de varios buenos hombres del pueblo. Una mujer fascinante. Llegó siendo muy joven al Pueblo, junto a dos familiares desaparecidos tiempo después; cada uno de ellos en las más extrañas circunstancias. Y supo escalar a través de sus habilidades con la espada y con la lengua hasta lo más alto de los Exploradores. Hasta llegar a ser mi segunda al mando.
>>Luego, un día, fijó su atención en Knox. Empezó a interesarse cada vez más en sus asuntos, y en… ti. 


* Horas

viernes, 13 de enero de 2012

Las Torres de Borealís, Capítulo 2, (Entrada 11)


Con excitación y curiosidad, verdadero miedo y algo de una extraña esperanza que no comprendes aún del todo, pero cuya sensación te resulta inconfundible, llena de sabor a libertad,  te internas en la cuarta noche de ciclo luminoso, mientras una cortina de ondulante verde iridiscente tiñe de matices maravillosos el cielo interminable. Tu mundo, tan extraño, tan eternamente blanco, es un lienzo sobre el que la luz como la sangre de Phaerón, el gigante planeta rojo, se adueña del cielo de la aurora. Nunca como esta noche habías reparado en la hipnótica belleza de Borealís. 

En la distancia todavía veis a Nivenwayr, cuando miráis atrás, y es el gran árbol de casitas de nieve y luz que describen los cuentos tradicionales. Sin embargo, vuestras miradas son fugaces, y sólo tú entre los que forzáis la marcha, pareces ser capaz de disfrutar de cosas tales como la fría belleza de la noche en vuestras actuales circunstancias. 
Quizá lo hagas para evitar dejarte llevar por la oscura incertidumbre, piensas, porque por momentos no puedes dejar de sentirte víctima de una absurda conspiración que ni en tus más osadamente imaginadas historias habrías podido concebir… vagando en medio de la terrible noche de Borealís, el mundo de las nieves eternas y mortales glaciares, de traicioneros lagos ocultos que se resquebrajan bajos tus pies removidos por indómitos calores que de pronto sacuden la superficie aleatoriamente en forma de géiseres…
Por no hablar de ellos… la innominada amenaza de los demonios blancos, acechando tras las sombras de los oscuros bosques de árboles Boraki, cuyas hojas brillan con vida propia, azules y amarillas, recogiendo el calor de fuentes termales a las que sólo sus raíces son capaces de llegar, e irradiándolo por las noches heladas, para dar forma a ecosistemas para ti insospechados hasta entonces, llenos de todo tipo de extrañas formas de vida, y poblados en tu imaginación por los distantes y esquivos y temibles hombres de la nieve… los demonios blancos. Y sospechas que hay cosas que van más allá de tu imaginación.

Saymon te ha ido contando muchas de estas cosas, cosas increíbles que te hacen concebir el mundo como un lugar lleno de esperanza y de temores, en una extraña mezcla que con todo, se te antoja más atractiva y llena de posibilidades que la ignorancia de todas esas cosas que era tu vida dentro de Nivenwayr… Y sólo lleváis unas horas caminando, a marchas forzadas, con Saymon deteniéndose a cada poco, evitando las rutas marcadas por los túneles de cristal, y buscando las sombras proporcionadas por rocas, repuntes del terreno, promontorios, pequeñas colinas y otros accidentes y formas del helado paisaje blanco.

No te atreves a imaginar por qué habéis salido de forma tan precipitada del Pueblo. Saymon evita el tema y tú no te sientes inclinada a forzarle a hablar, pero poco a poco el miedo crece en tu interior y a medida que le gana terreno a la esperanza, sientes la imperiosa necesidad de saber más.
Al final, cuando crees que físicamente eres incapaz de seguir el paso de tus compañeros y sólo aguantas por puro amor propio en pie, ordenando a tus piernas seguir avanzando tras el camino dejado por un trineo tirado por dos wurths, hacéis el primer alto. 
De forma torpe manipulas tu runa de calor para que suba en intensidad la temperatura de tu mono de blanca lana, que te cubre y camufla de la cabeza a los pies, y te arropas más en tu capucha mientras los demás se afanan en preparar una tienda en la linde de un pequeño bosque. Sólo Halet permanece aparte, alerta. Ya no puedes más y te acercas a Saymon, diciéndole:
–Saymon, por el rojo Phaerón… Dímelo. ¿De qué huimos? ¿Y… tienes idea de a dónde vamos?